Agradeciendo a la Alcaldía del Municipio Atures, en la persona de la Ciudadana Alcaldesa, Licenciada Adriana González, quienes muy deferentemente nos hicieron conocer a través de la Dirección de Protocolo y Relaciones Institucionales, la invitación a la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Capitulo Amazonas, para presentar una semblanza de Antonio José de Sucre; nos honra dirigirles a ustedes las siguientes palabras sobre este gran venezolano.
En Cumaná , capital de la entonces provincia de Nueva Andalucía, nació el 3 de febrero de 1795, hace exactamente 219 años, Antonio José de Sucre y Alcalá. Hijo del Teniente de los Ejércitos Reales Don Vicente de Sucre, más adelante Coronel de la Republica y Prócer de la Independencia, y de la gran dama María Manuela de Alcalá, ambos cumaneses. Los Sucre, de comprobado origen hidalgo, provenían originalmente del sur de Francia. Los Alcalá, por su parte, tenían sus raíces en Aragón, España. Por ambas ramas familiares, la tradición militar en los varones era determinante.
Huérfano de madre a los siete años de edad, Antonio pudo, sin embargo, vivir plenamente su niñez por la compañía directa de sus ocho hermanos, bajo el cuidado de la segunda esposa de su padre, la señora Narcisa Márquez.
Luego del aprendizaje de las primeras letras y de las nociones elementales de matemáticas, a los trece años, en 1808, ingresa como cadete a la Compañía de Húsares de Cumana, cuerpo que comandaba el propio Don Vicente de Sucre, ya con el grado de Capitán.
Tal vez, haciendo honor a la antigua divisa del escudo de los Sucre de Flandes: Audaces fortuna juvat (la fortuna acompaña a los audaces), el joven cadete asciende a subteniente de infantería dos años más tarde por orden de la Junta de Gobierno de Cumana. Y en mayo de 1811 es nombrado Comandante del Cuerpo de Ingenieros Militares en la isla de Margarita con el grado de Teniente.
Para mediados del funesto año de 1812, se encuentra en Barcelona como Comandante de Artillería. Caída la Primera República, recibe de manos del Gobernador Ureña un pasaporte para exiliarse en Trinidad, bajo el resguardo británico. No obstante, menos de un mes después, reaparece acompañando al General Santiago Marino en su invasión por Chacachacare. Al lado del Libertador de Oriente, Sucre se destacara por ser un auxiliar eficaz, un oficial muy activo y valeroso en la batalla, pero también reflexivo y consumado estratega en las planificaciones del Estado Mayor. Entre 1813 y 1814 alcanza los cargos de Primer Edecán del General Marino y Jefe del Estado Mayor de la división del General Bermúdez. Luego de la perdida de la batalla de Urica, y una vez más desmanteladas las fuerzas patriotas, se refugia en Cartagena durante corto tiempo hasta que esta es recapturada por Pablo Morillo en 1815. Nuevamente regresa por vía marítima a Paria para reagruparse con el ejército de Marino, en el cual se le asigna el comando del Batallón Colombia, a la vez que se le asciende al grado de Teniente-Coronel. En 1816, con el cargo de Comandante General de la Provincia de Cumaná, resistió el asedio español contra su ciudad natal exitosamente. Pero decidió, junto con los generales Bermúdez y Urdaneta, seguir al Libertador cuando este emprendió la campana de Guayana, con la intensión de asegurar la retaguardia para acorralar a las fuerzas realistas en el norte. Estrategia no compartida por el General Santiago Marino, quien para la época incluso, se disputaba el mando supremo del ejército libertador con el General Bolívar. En dicha campana Sucre participo decididamente en la liberación de la ciudad de Angostura, acción acontecida en agosto de 1817. A tal punto, que el Libertador le ascendió a Coronel con mando efectivo como Gobernador de Guayana y Comandante General del Bajo Orinoco. Es de sumo interés mencionar que en octubre de ese mismo año, Bolívar le confió al recién nombrado Coronel una muy delicada misión. La de lograr, junto al General Bermúdez, convencer al General Marino para que depusiera y declinara su actitud y se uniera a las fuerzas patriotas bajo un único mando. En la comunicación le expresa textualmente “Si Usted no cree que sea útil a la Republica su comisión, está Usted autorizado para suspenderla y no dar curso a la referida orden”.
Es decir, que el Libertador dejaba al criterio de Sucre el cumplimiento o no de la instrucción que él, Bolívar, había girado. Indudablemente que Sucre la cumplió de manera admirable. Se entrevistó con su antiguo jefe y la situación se resolvió de la forma más satisfactoria posible para la causa republicana.
Desde octubre de 1817 hasta fines de 1819, año en que obtiene el grado de General de Brigada, se mantuvo como Jefe del Estado Mayor del General Bermúdez en el Oriente de Venezuela, fueron años de intensa experiencia en la defensa de los territorios liberados.
En enero de 1820, Bolívar le encomienda otra misión especial al Brigadier Sucre: la compra del armamento necesario para la arremetida final contra la corona en territorio venezolano. Zarpa desde Angostura el 8 de marzo y regresa el 15 abril con más de 4.000 fusiles y suficiente pólvora para preparar el encierro de Carabobo, lo que ocurriría al año siguiente. Esa eficacia le valió ser nombrado Ministro Interino de Guerra y Marina y Jefe del Estado Mayor General. En noviembre, el Libertador, conociendo sus habilidades diplomáticas, lo envía a negociar el Tratado de Regularización de la Guerra con los plenipotenciarios del Pacificador Pablo Morillo. Paralelamente, fue elegido Diputado por la Provincia de Cumana ante el Congreso de Cúcuta, pero esto no lo pudo cumplir. Bolívar lo designo Jefe del Ejército de Popayán para dar inicio a la Campana del Sur.
Sucre partió. El 17 de enero de 1821 estaba en Neiva, y el 24 en Popayán, de donde paso a Mercaderes y a Trapiche, para regresar luego a Popayán. A comienzos de abril se embarcó con 300 hombres en la bahía de Buenaventura y un mes después estaba en Guayaquil, de allí avanzo a Quito. Triunfador en Yaguachi el 15 de agosto, resulto vencido en los campos de Huachi el 12 de septiembre, lo que constituyo la única derrota que sufrió como General en Jefe del Ejército.
A comienzos de 1822, una vez reorganizado su ejército y aumentado por refuerzos provenientes de la Gran Colombia y del Perú, el Brigadier Sucre reemprende la ofensiva al dirigir sus tropas hacia Cuenca y Alausi, rechazando en Rio Bamba el 21 de abril a la caballería realista. Luego avanzo por Ambato, Latacunga y Chillogallo hasta situarse al norte de Quito donde se produjo, el 24 de mayo, la Batalla de Pichincha, con la cual Sucre decidió la libertad del Ecuador.
Ascendido al grado de General de División el héroe ejercerá durante algunos meses en Quito, la Comandancia General e Intendencia del Departamento del Ecuador, territorio incorporado ya a la República de Colombia, la Grande. Es en esta etapa en la que conoce a quien se convertirá en su esposa y madre de su única hija, Mariana Carcelén, Marquesa de Solanda. En noviembre debe entrar de nuevo en acción, esta vez en Pasto, donde surgió una rebelión interna. Una vez aplacada, regresa a Quito y parte enseguida, en enero de 1823 a Guayaquil a reunirse con El Libertador.
La guerra por la independencia suramericana no había terminado. La Santa Alianza había decidido retomar las colonias. Las disidencias, las traiciones y sobre todo las indecisiones amenazaban la pérdida del Perú, previamente liberado por las tropas del General José de San Martin. Hacia El Callao zarpo el ahora divisionario General Sucre el 14 de abril de 1823 como Jefe de la Fuerzas Auxiliares de la Gran Colombia en el Perú. País que poseía un gobierno dubitativo y sin sustento real que estaba a punto de sucumbir ante la arremetida realista. Ni siquiera la presencia de El Libertador lograba conjurar la crisis. El gobierno de Bogotá, se negaba a involucrarse enviando tropas. Como estaba previsto, en enero de 1824 Lima y El Callao cayeron bajo el poder español.
Fue entonces cuando desde Trujillo, Bolívar impulso la recuperación de los territorios antes libertados. Con el ejército reunido en agosto en Cerro de Pasco, Sucre dirigió la rápida y efectiva acción protagonizada por los jinetes republicanos contra la Caballería del General José Canterac, en el combate conocido como la Batalla de Junín.
Iniciando 1824, Bolívar decide ubicarse en la costa para protegerla de la llegada de posibles refuerzos realistas, dejando a Sucre como General en Jefe del Ejército Unido, en la sierra. Cargo que le permitía actuar como lo creyera conveniente, ofensiva o defensivamente, según las circunstancias. El General cumanés deseaba atacar y los españoles también. Tratando de elegir el mejor lugar para el ataque, ambos cuerpos desarrollaron un juego de movimientos tácticos, que procuraban cercar uno al otro, hasta que el día 9 de diciembre se produjo en el sitio de Ayacucho la Batalla decisiva y definitiva que sello la independencia del Perú y de la América del Sur. El artífice de la misma era un joven de 29 años a quien, a partir de las cuatro de la tarde de ese memorable día le llamaron El Gran Mariscal de Ayacucho.
Lo que siguió fue una marcha triunfal, a fines de mes entro en Cuzco. En febrero de 1825 llego a La Paz, donde dicto el decreto convocando una Asamblea Constituyente y una vez creada la República de Bolivia fue elegido su primer presidente en mayo de 1826, cargo que, a pesar de ejercerlo con prudencia, magnanimidad y desprendimiento, no pudo concluir. Ya que se vio obligado a renunciar a este el 2 de agosto de 1828 debido a los sucesos ocurridos en abril de ese año en Chuquisaca. Las revueltas militares y de facciones civiles que no aceptaban la implementación de leyes propias de un estado moderno culminaron en un lamentable episodio en el cual resulto herido de gravedad, hecho ocurrido justamente en el momento en que contraía matrimonio por poder.
Sucre regresa a Quito a reunirse con su esposa. En lo que sería su segundo y penúltimo encuentro. Del que nacerá una bella niña llamada Teresa, fallecida trágicamente pocos años después. Parte en enero de 1829 al sur del Ecuador con la misión de sofocar nuevas disidencias fratricidas, es allí donde pronuncia su aleccionadora frase: “entre hermanos, la victoria no concede derechos sino deberes”. Luego regresa al hogar por un breve paréntesis donde experimenta la alegría de conocer a su hija. Sale en diciembre para Bogotá con la intensión de llegar a tiempo para asistir a las sesiones del Congreso Constituyente ya que había sido elegido diputado sin consultarle.
Una vez en Santa Fe, ciudad a la que arriba en enero de 1830 se percata que la unión grancolombiana se hace añicos. Venezuela y Perú están decididas a separarse. Bolívar le encarga una última misión: reunirse con Marino en Cúcuta tal vez para reeditar aquella primera y bien cumplida encomienda, lograr ganarse al aguerrido margariteño para la causa de la unión enfrentando al General Páez. Esta vez era diferente, Marino apoyaba decididamente la autonomía de Venezuela. Retornado a Bogotá. Sucre le solicita a El Libertador permiso para regresar con su familia, a su hogar en Quito, con la intención de poner en orden una serie de asuntos de índole estrictamente familiar. Lo que le permitiría seguramente, en el futuro, continuar a las órdenes de la república. A mediados de mayo, inicia el camino hacia Ecuador con ocho mulas, un baquiano y tres ayudantes, todos civiles. Llevaba en su equipaje obsequios para su esposa y su hija. Un escritorio portátil, un reloj y sus objetos de aseo personal, además de su ropa de paisano. Hacía más de un ano que había dejado de usar el uniforme militar.
A poco más de las nueve de la mañana del 4 de junio de 1830, el grupo atravesaba las densas y nebulosas selvas de la montaña de Berruecos, en la Arboleda, al sur de Colombia. Cuando de pronto, de la verde espesura salió un destello relampagueante seguido casi inmediatamente de un trueno ensordecedor. El primer jinete cayó al suelo donde permaneció inerte sin saber lo que había ocurrido. ! Gran Dios, han matado al Abel de Colombia! exclamo El Libertador al conocer la terrible noticia que sepulto la única posibilidad de lograr la estabilidad política que pudiese mantener la unión de Colombia. Con 35 años apenas, se había ido la esperanza.
Hoy, le rendimos al héroe de Ayacucho este sentido memorial en justeza a su grandeza, precisamente por su proverbial humildad. Una humildad de tal magnitud que obligo al mismo Padre de la Patria a expresar: “Es uno de los mejores oficiales del ejército; reúne los conocimientos profesionales de Soublette, el bondadoso carácter de Briceño, el talento de Santander y la actividad de Salom; por extraño que parezca, no se le conoce ni sospechan sus aptitudes. Estoy resuelto a sacarle a la luz, persuadido de que algún día me rivalizara”.
O, como lo describió Lino de Pombo su colega ingeniero militar: “Antonio es un joven venezolano de nariz bien perfilada, tez blanca y cabellos negros, ojo observador, talla mediana y delgado, modales finos, taciturno y notablemente modesto”. Esa modestia a la que Pombo hace referencia se contrapone diametralmente a la capacidad para sus grandes logros. Sintetizados todos en el portento de su victoria grande, la que lo hizo Gran Mariscal, la que resumió Bolívar de esta manera más que elocuente: “La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la Gloria Americana y la obra del General Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de 14 años y a un ejército perfectamente constituido y hábilmente manejado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante a Waterloo que decidió el destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos y el Sagrado Imperio de la Naturaleza. El General Sucre es el Padre de Ayacucho; es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas en que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representara a Sucre con un pie en el Pichincha y otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada”.
Sucre, Antonio José de Sucre y Alcalá, paradigma de moral y nobleza para tus compatriotas, vida de entrega y sacrificio, recibiste la satisfacción del deber cumplido, eres eternamente joven, como joven es tu patria, como joven es la esperanza que se alimenta de ejemplos como el tuyo, para obtener la preciada joya de la libertad y el derecho que otorga el deber. Como bien lo dijera Calcaño Herrera lo decimos nosotros también:
“Mariscal de Ayacucho,
Caballero del escudo de oro sin mansilla,
En torno a vuestro cuerpo guerrero,
Hay cien héroes que, en tierra la rodilla,
Os custodian con bóveda de acero”.
…Muchas Gracias...
Rodrigo Armas Frezza
Rodrigo Armas Frezza
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