Manuela Sáenz, perteneciente a familia de holgada
posición, nació en Quito a finales del siglo XVIII y se educó en
un convento de monjas de su ciudad natal. En 1817 contrajo matrimonio con el Dr James Thormes, médico inglés, que pocos años mas tarde vino a residir en Lima,
acompañado de su esposa. Aproximadamente a finales de 1822, rota la armonía
del matrimonio, regresó doña Manuela a Quito. Después de la victoria de
Pichincha alcanzada por Sucre en mayo de 1822, llego el Libertador a Quito y
en esa época principiaron sus relaciones amorosas con la bella Manuelita, única
mujer que después de poseída, logro ejercer imperio sobre el voluble Bolívar.
Durante el primer año de permanencia del Libertador en el Perú, Sáenz quedo
en el Ecuador entregada por completo a la política. Fue entonces cuando, lanza
en ristre y a la cabeza de un escuadrón de caballería, sofocó un motín en la
plaza y calles de Quito. Poco antes de la batalla de Ayacucho se reunió doña
Manuela con el Libertador que se encontraba en Huaura. Al regresar Bolívar a
Colombia quedó en Lima doña Manuela; pero cuando estallo en la división
colombiana la revolución encabezada por Bustamante contra la vitalicia de
Bolívar, revolución que halló eco en el Perú entero, Sáenz penetró disfrazada de hombre en uno de los cuarteles con el propósito de hacer reaccionar un
batallón. Frustrado su intento, el nuevo gobierno la intimó a que se alejase del
país, y doña Manuela partió a reunirse con Bolívar en Bogotá.
Allí Bolívar y su favorita llevaron vida intima, vida
enteramente conyugal, y la sociedad bogotana tuvo que hacerse la vista gorda
ante tal escándalo. La dama quiteña habitaba en el palacio de gobierno con
su amante. La providencia reservaba a la Sáenz el papel de salvadora de la vida
del Libertador, pues la noche en que los septembristas invadieron el Palacio,
doña Manuela obligó a Bolívar a lanzarse por un balcón y viéndolo ya salvo
en la calle, se encaró a los asesinos,
deteniéndolos y extraviándolos en sus pesquisas para ganar tiempo y que su
amante se alejase del lugar del conflicto. Nunca una favorita pudo emplear
mejor su influencia para practicar acción más noble. Muchos años después de la
muerte de Bolívar, acaecida en diciembre de 1830, el Congreso de Perú asigno
pensión vitalicia a la Libertadora, apodo con que hasta en la historia
contemporánea es conocida doña Manuela Sáenz.
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